"Los Umbríos" - CUENTO LARGO


Solía concurrir a la iglesia del pueblo ocasionalmente, necesitaba expurgar los pensamientos que no me permitían preservar la armonía. No me consideraba suficientemente devota pero aun así, asistía a cada Misa para no perder la cabeza. Concurría los días viernes a eso de las diez de la mañana. Las ideas llegaron y se afincaron en mí, abrumándome día y noche, incluso tomaron consistencia física con el pasar del tiempo. Las podría describir como siluetas humanas que no dejaban de observarme. Para ser más exacta desde que llegaron como etéreas imágenes, evolucionaron y jamás se marcharon de mi lado. Los bauticé como “los umbríos”, ya que frecuentaban de tétricas maneras. Al fijar la mirada era posible distinguirlos con claridad. Compartí una larga vida junto a mi esposo, no obstante "los umbríos" eran mi único escape de la soledad en la que me encontraba cuando estaban a mi lado la mayor parte del tiempo. Como tales, eran un narcótico para mi cerebro. Luego de un tiempo dejaron de acecharme, sabía que algo no andaba bien conmigo. Fue entonces cuando decidí involucrarme con más frecuencia a las ceremonias que se llevaban a cabo en la capilla contigua a mi pueblo. Necesitaba tener algo en que creer para no perder el juicio completamente, aplacar ese conflicto mediante la fe. Pero ellos nunca se fueron, dejé de temerles luego de varias décadas. 
Debo dilucidar que no era fácil sobrevivir cada noche, así que me aferré a lo único que me devolvía la sobriedad... Entrando a la deshabitada capilla como cada viernes, acostumbraba a persignarme silenciosamente con agua bendita, sentándome en las bancas traseras por una extensa cantidad de tiempo. Pero no fue así esa vez, podía sentír como mi energía se deterioraba, mi condición me hizo acudir al sacerdote cuanto antes, el tiempo desfallecía y esa sería mi última confesión, a pesar de no comprender con exactitud por qué me encontraba allí, un disgusto muy amargo me abatía. 
Me acerqué al confesionario donde se encontraba el sacerdote, detrás de la mampara de madera, escuché su voz que me dijo: "Ave María Purísima". A lo que titubeante contesté: "Sin pecado concebida... Perdóneme Padre, porque he pecado y creo no merecer el perdón, es demasiado tarde". Sin comprender la magnitud de mi problema dijo: "Ofréceme tu confesión, puedo ofrecerte el perdón de Dios". Intenté evadir la respuesta lo más que pude: "Cometí algo terrible y no consigo sentir remordimiento alguno. Ellos comenzaron a emerger de las sombras, me embriagaban sus mórbidos susurros induciéndome a suicidarme. Cuando esto ocurría, no me dejaban discernir la realidad con lucidez. Solo podía pensar en volarme la cabeza una y otra vez... El sacerdote comenzando a alarmarse preguntó: "¿Ellos son...?, ¿manifestaciones malignas?". "¡Sí!" exclamé, aunque ese era el menor de mis problemas. El sacerdote me animó vacilante: "Sigue, hija mía." Continué relatándole como fue que me aferré a mi esposo desde la primera vez que se acercó a mí. Siendo que su presencia no me generaba más que una intranquilidad exorbitante y un estado de angustia permanente. Fue mi único escape de la soledad. De cierto modo sentía que su devoción hacia mí era una falacia, pero aún así me otorgaba paz alejándome de lo que tanto daño me causaba. Sus muestras de estima me daban nauseas. Jamás supo lo que cruzó por mi mente, en absoluto y mientras me abrazaba por las noches solo pensaba en dejar de respirar, ahogarme y correr muy lejos de ese lugar. Proseguí diciéndole: "Me encontraba perfectamente cuerda, o por lo menos eso solía sentir cuando estaba en la tierra, y no como ahora, debajo de ella. ¿Comprende?".   
Mi esposo consiguió enfermar mi cabeza conjuntamente con las figuras que me seguían a donde fuera. Continué: "Cada noche, luego de cenar, nos acostábamos juntos. Él se quedaba observándome como si lo que sintiéramos fuera de algún modo recíproco, pero no lo era. Y a ellos no les agradaba su presencia". A lo que el sacerdote preguntó: "¿A... los "Umbríos"?" 
Desde las sombras, sus sátiras risas me mortificaban. Le dije: "¿Padre, alguna vez sintió una culpa tan profunda por no tener valor suficiente, como si rasgaran su pecho con guadañas?". Solían burlarse de mi infeliz estado a cada momento y mis delirios, a pesar de encubrirlo, fueron cada vez más lejos. Vagamente lograba separar la realidad de la demencia que acrecía con el paso del tiempo. Ellos llegaron a ser tan fuertes dentro de mí que solo podía pensar en herirme, quizás cuando les diera lo que por tanto tiempo me demandaron, al fin habría calma y apaciguaría sus voces. Continué tristemente, intentando que comprendiera una mínima porción de la tragedia que había acontecido: "Debo confesar que llegué a disfrutar el pensar en el suicidio. A tal extremo fantaseaba, que, en cada ocaso, durante cinco largas décadas alrededor de las dos de la madrugada, la misma idea se me presentaba. Día tras día, allí estaba ella. Sigilosamente me incorporaba de nuestros aposentos para pulir mi mórbido plan suicida. Sus voces no me traían paz, solo me incitaban a no tener piedad conmigo misma".   
Causando la enfática interrupción del Padre: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”. "¿Primera de Corintios 6:19? ¡Ah! Si lo habré leído" exclamé. Pudiendo solo denotar un alto grado de sarcasmo, continué relatando mi impasse, sin expectativas de que llegara a comprender por lo que pasé todo este tiempo. De igual manera, necesitaba hacer esto, confesar antes de marcharme, continué diciéndole: "degustaba, quizás, tres o cuatro rebosantes copas de vino mientras percibía sus obstinadas y estrepitosas voces, ya con cierto grado de sometimiento. Afilaba amargamente la daga con la que me suicidaría. Siendo honesta... Padre, era el momento más placentero del día. Fantasear con los hechos que iban a acontecer solía ser mi único escape a la realidad". Me interrumpió diciendo: "¡Los cobardes tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda!". 
Insistí "Me encontraba tranquila, no haría esto sola, ellos siempre estaban conmigo. Los umbríos me sometían, pero también limaban cada aspereza de mi mórbido plan. Después de todo solían sugerirme interesantes ideas. Luego, me recostaba en la fría cama y fingía sentirme placenteramente bajo los brazos de mi esposo. Así fue durante cincuenta largos años de mi vida, pero la noche que procedió, mi plan dejaría de ser una utopía. Ya era tiempo, ¡Iba a ser tan sistemático!" recuerdo pensar en ese momento. Debo admitir que disfruté mi última noche de creatividad más que ninguna otra en décadas. Le continué diciendo: "Luego de cenar encendí la chimenea y comencé a leer un periódico tan añejo como el vino que me encontraba tomando, saboree cada trago como si fuera el último que importancia tenia ya¿quién sabe?, quizás lo fuera"... Como anfitriona de mis queridos aliados, cómplices hasta en la muerte, quise ofrecerles como muestra de gratificación un poco de bebida. Pero jamás respondían a mis halagos, eran descorteses y desagradables. Solo querían algo de mí y su idea era inamovible. Entiendo su grado de obstinación, me tenían completamente subyugada, era una presa muy dócil y me encontraba muy débil a esa altura: "Más allá de las diferencias entre los umbríos y yo, solo teníamos un despreciable objetivo, quitarme la vida..." El sacerdote aunque no podía verlo, su voz denotaba enfado: "¿Qué es lo que te ha llevado a decir semejante aberración?" preguntó, cada vez más temeroso de mis respuestas. Mi estremecedor relato lo inquietaba cada vez más: "Aún no lo sabía hasta postrarme ante estas imágenes. Nunca fui demasiado devota, ahora puedo observar las cosas con mayor claridad. Aunque ya sea un poco tarde. Dejé la copa a un costado, me incorporé y comencé a cubrir la sala con una alfombra, una antigua Bidjar, de procedencia persa son extremadamente duraderas. Estaba cubierta con diseños que recuerdan el boté en rojos sobre fondo en índigo y bordeado con un minucioso diseño floral en rojos. Tenía una espesura tal que la volvía impermeable". Siempre me caractericé por ser una persona muy precavida aunque quizás la historia de esta pieza de arte fuera interesante, pero lo que aquí acontecería sería una verdadera obra maestra. Proseguí contándole al intranquilo mero hombre detrás de la mampara que ya no pudo acotar más que lo indispensable: "Fue entonces cuando mi esposo me sorprendió: —¿Qué es lo que haces?— escuché de pronto, se había despertado y mi sangre se heló por completo". Me sentí desnuda y vulnerable. Mi plan se había desplomado, a pesar de nuestra desconexión matrimonial después de tanto tiempo podía leer mis gestos sin siquiera hablar. Teníamos esa capacidad innata entre nosotros. Fue cuando comencé a cuestionarme en un lapso insignificante de tiempo: ¿por que jamás intento sacarme de ese oscuro lugar?. ¿Como es posible mantenerse antagonista en tu propia relación durante tantos años?. Creo que siempre supe la respuesta a cada pregunta, pero extrañamente me sometía aceptar la respuesta. Sabía exactamente a la situación que me estaba enfrentando. Jamás fue más profundo que lo que derramaba su exterior. En ese momento comprendí, se sentía tan miserable y desesperado como yo. Solo esperaba la muerte, quizás solo esperaba mi desmoronamiento para caer el también o quizás volver a comenzar de cero librándose de mi. Los umbríos eran más que pesadas voces con mensajes de odio y remordimiento su hambre por mi odio era el pan de cada día. Continué narrándole al Padre: "Lo que jamás pude perdonarle a mi infeliz esposo, es haberme visto morir por dentro cada día y enfermarme de desprecio y jamas decirme una sola palabra. Debo admitir que también fui cobarde, pero nunca pensaría en dañarlo, el lo veía y aun así era un ente más, era uno de ellos. Deseaba que yo misma lo haga, quería salir exento del sentimiento de culpa que lo abatió y lo abatiría el resto de su vida. Si me suicidaba al fin cumpliría su más profundo deseo, verme fuera de su vida. Claramente, nunca tuvo las agallas para decirlo pero sus umbrales hablaban por él". Creo que fueron segundos de lucidez después de años. No podía permitir que se salga con la suya, su devoción no era más que un mero disfrute por mi dolor, verme infeliz, débil y enferma. Veía como ellos me atormentaban, también podía escucharlos, por eso reía tan afablemente. Quiso quebrantar mi espíritu, torturándome silenciosamente hasta causar mi inmolación. Fue cuando le sugerí estúpidamente, sin dar lugar a que perciba mi horrendo plan:   
— Esta alfombra le otorga clase al salón, ¿no creés querido?”. 
Mi mente quedo en blanco, no estaba preparada para esto. A lo que punzante y jactancioso respondió :
—Reina, si a usted le gusta, a mí me encanta— ¡Patético! Tan característico de él, solo pude responder a eso con una farisaica sonrisa, como acostumbraba. Estaba claro que el plan había cambiado rotundamente en menos de un instante. ¿Como es probable que haya tardado tanto en darme cuenta?
Proseguí contándole al sacerdote: "Agarré mi copa, la llene casi hasta derramar la bebida, me la empine hasta dejarla completamente vacía cuando quise apoyar la botella, mis manos comenzaron a temblar por la proximidad que había hasta la mesa, no era posible detenerme". Solo conseguí derramar la botella que se estrelló contra el piso y se partió en mil pedazos. 
Debía actuar pronto, sus voces me aturdían en exceso, causando solo confusión. Se había convertido en el sátiro, las abominables figuras solo eran sus secuaces y se alimentaban con cada gota de odio que me generaba su coexistir.: "Los umbríos gozaban de una voz cada vez más poderosa y cada vez más se transformaba en una sola y aberrante voz, la suya. No dejaban de decirme que sujetara la daga sin temor y despedazara cada parte de su cuerpo". Debo admitir que la adrenalina era embriagante, me corroía la sangre, me corrompía. Mi corazón latía tan fuerte que no me permitía oír lo que realmente estaban murmurando. ¿Pero qué importancia tenía? este sería el tan esperado desenlace.
Preguntó el sacerdote totalmente aterrorizado: "¿que sucedió entonces?". Proseguí: "¿aún no lo entiende padre? El problema nunca fueron las voces de ellos, era mi cobardía la que acabó conmigo la daga estaba tan afilada que al pasar mi dedo para probar su poder, hacia cortes tan precisos que lograba rebanar las yemas de mis dedos con tan solo acariciar el filo de la hoja. Hoy deslumbraba con su brillo, como si fuera hecha para ese preciso momento... El mango de marfil puro y blanco, no estaba destinada para otro fin más que ser participe de una obra maestra. La saqué lentamente de su vaina que poseía un peculiar olor a cuero sumamente embriagador. Allí estaba, La perfección, tan ligera y letal. Protagonista de la masacre más importante desde su Génesis".
Solo podía percibir la desesperación del Padre: "¡¿Hija que has hecho?!...
Ese maldito sátiro podía percibir lo que estaba pasando, las máscaras cayeron al suelo esa noche. Tenía que ser más rápida. El no contaba con que su pasivo plan había sido frustrado, que quien moriría realmente esa noche sería él: "Me encargué de cerrar cada cortina de la casa, tiene ventanales muy grandes y aunque los vecinos no estaban a menos de 5 kilómetros alrededor, sentía que constantemente ademas de los umbríos, anfitriones de la gran fiesta que presenciarían, temía que hubiera alguien más que ellos observando, alguien más poderoso." Puse un disco de cuando nos conocimos, tenía la sensación de que chillaría como un cerdo, y no quería alterar al vecindario.
Proseguí contándole "Mis manos temblorosas y mi sudor era síntoma del un nerviosismo delatador. Sus risas en mi cabeza no dejaban que piense con claridad. Me acerqué lentamente a mi marido pero hubo algo que me resultó notablemente extraño, la primera sonrisa que realmente no disfrazaba". Mientras el tiempo transcurría en cámara lenta me preguntaba ¿por qué hicimos eso durante tantos años? Aún no lo sé, debía preguntárselo antes de convertirlo en un embutido. "Si no lo hago ahora, pensé que sentiría esto por el resto de lo que me quedara de vida... 
No lograba descifrar lo que sus voces bramaban, pero entendí que no era necesario comprender sus augures, sino lo que representaron en mi historia. El odio y el ardid mutuo que nos poseía a tal punto que nos volvió victimas de la infelicidad durante toda una vida, solo por temor a enfrentar la incertidumbre de nuestros demonios.
Continué relatando: "Intenté contraatacar sacando la daga vertiginosamente antes de que reaccionara y así enterrarla en su corazón. No solo que no alcanzó mi escasa fuerza, sino que no le hice un mero rasguño al poderoso sátiro en el que se había transformado, había subestimado de tal manera a ese viejo que fue, sin dudas, más raudo que yo. 
Finalmente mis sesos volaron por toda la habitación. Sentía como el dolor y la frustración iban perdiendo vigor a cada segundo, limité mis últimas fuerzas a recordar pequeñas secuencias de mi vida, ya me encontraba tan débil y anonadada para intentar algo que solo tuve oportunidad de sonreírle por última vez..." La víctima se había convertido en el victimario: "Padre ¡que dolorosa desdicha he sufrido!. Mientras escuchaba el desgarrador llanto de la triunfante oscuridad hecha carne, postrado ante mí, pidiéndome perdón mientras mi sangre se esparcía por cada fracción de la alfombra".
Las figuras ya no se encontraban, pero observaban ávidas de poderío. Ahora no solo tenían voz y pensamiento, también tenían un cuerpo. Aunque ese ya no sería mi problema, Sólo... cerré mis ojos y por primera vez vi luz dentro de mi. 
Le imploré: "Quisiera que me exonere, solo de esa forma dejaré este mundo sin umbrales, sin matices. Concédame Padre... La oportunidad de hacer lo correcto esta vez y podré marcharme en paz sin demonios que me atormenten osados".
El sacerdote abatido por la visión de mí espíritu muerto, desvaneciéndose lentamente, implorando ayuda. Solo podía refregar sus ojos sin conseguir distinguir si estaba alucinando o era un mero sueño del que no podía despertar: "Dios, el ama y la perdona, absuelve sus pecados aún habiendo abandonado la carne, su espíritu está libre de cargas. Descansa en paz hija, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Solo pude sonreír con impasibilidad: "lo haré al fin" contesté mordaz, aunque mi cuerpo quedase eternamente condenado a no ver más que tierra y gusanos, envuelto tragicamente en una sangrienta alfombra del siglo XX en la oscura fosa que yo misma cavé.
Sabía que más allá de todo, donde sea que fuese, me esperaba la paz que mi espíritu añoró toda una vida...

— ¿Qué harías si ya no estuviera aquí?

— Mi ángel, jamás podría continuar sin su amor.
— ¿A caso estarías dispuesto a morir por mí?
— Si fuese necesario iría hasta el mismísimo infierno por usted.
— Creo que ya estamos en él ¿no te parece?... Quiero saber solo una cosa más: ¿Puedes verlos? —le pregunté al sátiro, inquietada. Aunque ya deducía la respuesta.
—¡Sí!— contestó jocoso mirando exactamente hacia donde se encontraban las grotescas figuras expectantes y sedientas de violencia.
—¿Por qué nunca lo mencionaste?
—No lo sé... ¿Sabes? —me susurro al oído— Ellos quieren que mueras esta noche, debo hacer lo que me piden si quiero sobrevivir.
Fue entonces cuando sacó repentinamente de su cinturón un revolver, deslizándolo con suavidad e imponencia desde mi espalda hasta mi sien. Por el rabillo del ojo llegué a ver como las sombras y sus voces se unían a él como un tifón de poder, se disipaban en su interior, convirtiéndose en una entidad que ya me resultaba indiferenciable. Las figuras se entrelazaban unas con otras, era un cúmulo de energía que arrasaba con mi vitalidad a cada segundo.
No lograba descifrar lo que sus voces bramaban, pero entendí que no era necesario comprender sus augures, sino lo que representaron en mi historia. El odio y el ardid mutuo que nos poseía a tal punto que nos volvió victimas de la infelicidad durante toda una vida, solo por temor a enfrentar la incertidumbre de nuestros demonios.

Continué relatando: "Intenté contraatacar sacando la daga vertiginosamente antes de que reaccionara y así enterrarla en su corazón. No solo que no alcanzó mi escasa fuerza, sino que no le hice un mero rasguño al poderoso sátiro en el que se había transformado, había subestimado de tal manera a ese viejo que fue, sin dudas, más raudo que yo. 
Finalmente mis sesos volaron por toda la habitación. Sentía como el dolor y la frustración iban perdiendo vigor a cada segundo, limité mis últimas fuerzas a recordar pequeñas secuencias de mi vida, ya me encontraba tan débil y anonadada para intentar algo que solo tuve oportunidad de sonreírle por última vez..." La víctima se había convertido en el victimario: "Padre ¡que dolorosa desdicha he sufrido!. Mientras escuchaba el desgarrador llanto de la triunfante oscuridad hecha carne, postrado ante mí, pidiéndome perdón mientras mi sangre se esparcía por cada fracción de la alfombra".
Las figuras ya no se encontraban, pero observaban ávidas de poderío. Ahora no solo tenían voz y pensamiento, también tenían un cuerpo. Aunque ese ya no sería mi problema, Sólo... cerré mis ojos y por primera vez vi luz dentro de mi. 
Le imploré: "Quisiera que me exonere, solo de esa forma dejaré este mundo sin umbrales, sin matices. Concédame Padre... La oportunidad de hacer lo correcto esta vez y podré marcharme en paz sin demonios que me atormenten osados".
El sacerdote abatido por la visión de mí espíritu muerto, desvaneciéndose lentamente, implorando ayuda. Solo podía refregar sus ojos sin conseguir distinguir si estaba alucinando o era un mero sueño del que no podía despertar: "Dios, el ama y la perdona, absuelve sus pecados aún habiendo abandonado la carne, su espíritu está libre de cargas. Descansa en paz hija, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Solo pude sonreír con impasibilidad: "lo haré al fin" contesté mordaz, aunque mi cuerpo quedase eternamente condenado a no ver más que tierra y gusanos, envuelto tragicamente en una sangrienta alfombra del siglo XX en la oscura fosa que yo misma cavé.
Sabía que más allá de todo, donde sea que fuese, me esperaba la paz que mi espíritu añoró toda una vida...



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