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 Amante de una proyección ficticia, una nube fantástica que existe y no puedo obviarla. Rumio una y otra vez de noche, me tiene mal la redundancia en mi forma de pensar, de actuar y de sentir, cada momento. Merecía esto, ni más ni menos… "Nadie puede reemplazarte”, ¡terminaste teniendo razón bastardo! nadie hubo como tú. Aún recuerdo tus caricias y ese abanico de halagos que tenías para cada ocasión. Porque detrás de ese "cállate, tonto" había un "gracias por hacerme ver hacia adelante cada día". Un simple "buenos días" me daba ganas de vivir, solo eso. Respeto cada segundo que pasé junto a ti, pero ya es hora de dejarte volar. Hoy una vez más, vuelvo a creer que te he superado, escribo sin rencor bajo mi piel. 
      Me propongo en este momento quitarte, bloquearte de mi mente, reducirte a un final definitivo. ¡Mira! allí, en aquella caja, guardo tapados que nunca me pondré hasta pisar los sesenta, aunque ¿quién conserva por tanto tiempo una simplona prenda avejentada? Y quien habrá sido el que nos metió en la cabeza la frase “encontrar algo mejor”, ¿qué rayos es “encontrar algo mejor”? He pasado por muchas ilusiones, luego de la última vez que dije eso y que a pesar de profesar esa perseverancia que no me deja derrumbar los brazos después de todo. 
   ¡Okay! ya eres parte del pasado. Hoy el presente me sabe distinto… Siento que el amor vuela atravesándonos. Desde el primer vistazo ¡ZAS! química extrema; emoción; mariposas; y mil chispazos en un solo latido, mi sistema motriz colapsa cuando recuerdo tus hoyuelos, así, nada más. 
     A él no lo conozco bien aún, pero antes de volver a recordarte cariño, lidiaré con él por un buen tiempo. Esta es mi carta número setecientos ochenta y cinco, después de tu partida. Pero espero que sea la última que te escribo, y como siempre lo menciono al concluir con esta calamidad, ojalá ya no haya una setecientos ochenta y seis, deséame suerte y… 
                                                                                           Adiós...  

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