Ganar, perder.
No es fácil, después de tanto tiempo, acostumbrarse a la soledad, a ese silencio que inunda una casa vacía, donde el eco de mis errores retumba por cada rincón. Donde antes había magia, ahora solo veo distancia. Donde solían resonar nuestras risas en ese mismo espacio, cuando nos abrazábamos en el sillón, hoy solo queda una silla vacía, la que ocupo cuando no estás.
Ahí me detengo, una y otra vez, a repasar cronológicamente qué carajo pudo pasar para que termináramos así. Realmente no sé si quiero volver a empezar y arreglar todo lo que hice mal. No tengo fuerzas, pero me miras y vuelvo a retomar la esperanza. A veces siento que me gustaría tener una máquina que me borre los recuerdos, como en "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos". Pero entonces me doy cuenta de que, si te olvido, nunca volveré a amar de verdad. No conocería lo que es amar genuinamente.
Porque cuando despierte una vez más, ya no vas a estar. Sé que estás pensando en nosotros y en cómo solucionar las cosas que ya no pueden repararse, pero no hay nada que me haga olvidarte. No hay forma de borrar esas frases que completábamos juntos, ni las risas que siempre estaban. Siempre voy a valorarte, siempre te voy a recordar, porque me enseñaste lo que es amar y lo que es perder.
Y sé que cada vez que mires la cama, vas a sentir ese vacío enorme que dejé al irme, porque me verás marchar. Elegiste perderme antes que luchar, y eso es de cobarde. Es lo único que nunca te voy a perdonar: no animarte a amar...
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